Al finalizar esta historia Jairo hará sus malabares demostrando que tiene talento. Pero eso sucede al final de esta historia nómada que va a empezar.
Estamos en Montañita en la calle principal de este sitio lleno de extranjeros. Jairo peruano de 22 años vino a este lugar, único con su estilo en el Ecuador, para conocer esta playa que tanto la nombran en Sudamérica. El concepto de este pueblo es que se la pasa bien todo el día, no hay descanso. Es el único lugar del país donde fumar marihuana no es malo.
Rodeado de pulseras, collares, cadenas y un bolso sucio, el malabarista que a recorrido las principales playas de Latinoamérica, practica con mucha habilidad sus malabares.
¿Cuándo aprendiste hacer malabares? Le pregunto mientras se le cae una de sus tres pelotas amarillas
Desde que tenía 7 años creo, me enseño mi padre. Responde con un tono de voz un poco nostálgico.
Es fácil imaginárselo de niño aprendiendo a jugar con pelotas para lanzarlas en el aire, llorando cada vez que se le caen al piso, pidiéndole a su papá que le ayude sincronizar sus movimientos y luego ir donde sus amigos para impresionarlos. Lo hace siempre, en cada playa que ha estado hace amigos y los deja sorprendidos con su habilidad con las bolas.
Las presentaciones las realiza por amor al arte, no le gusta pedir dinero por hacer malabares, lo hace para que las personas vean un espectáculo y se acuerden de él y digan, “cuando estuve en la playa había un malabarista que hacia movimientos bacanes”.
El mundo está hecho de contradicciones. Muchos años atrás, en su época de escuela, Jairo era un niño que le tenía pánico escénico y nunca le gustaba pasar al pizarrón. La misma persona que a sus 18 años se ponía en el centro de la playa y la gente lo rodeaba para hacer su show de malabares, en aquella ocasión el aplauso que le dieron fue enorme.
El aventurero que hace sus travesías cada tres meses, justamente por esa pasión de viajar de conocer lugares y personas nuevas, no visita a su familia desde los 16 años, las fechas familiares como navidad y año nuevo él las pasa solo o con sus amigos nuevos de la playa. Ya se ha acostumbrado.
Era diciembre del 2008 y se encontraba en Máncora, una playa del norte del Perú que se parece mucho a Montañita. La noche del 24 de ese mes tan festivo, estuvo presentando su espectáculo a toda la gente que quiso pasar navidad allá. Cenó ceviche con otros malabaristas que al igual que el estaban solos. Llamó a su primo para desearle feliz navidad y que pasen bien sin él.
Es normal que Jairo no coma las tres veces al día. Que pase haciendo pulseras y collares. Que practique varias horas todos los días para mejorar con sus malabares. Que vaya a la playa a surfear un poco y después relajándose con un poco de marihuana pura. Es normal todo eso, es parte de su diario vivir. Pero en navidad olvida sus rutinas ordinarias y festeja todo el día, deja de hacer sus pulseras y collares para irse de rumba con unas “gringuitas”. Escuchar a Bob Marley es su delirio.
Su sesión de práctica continúa. “No tienes que dejar de ver arriba o sino las bolas se te van a caer”, le dice otro malabarista que practica con él. Jairo empieza a sudar en su entrenamiento, las gotas de sudor se le meten en los ojos y le dificulta continuar, para un rato de entrenar para lavarse la cara y luego seguir practicando.
Trata de impresionar a la gente lanzando las bolas más alto, le sugiere su amigo malabarista.
¿Así? Pregunta Jairo mientras dobla un poco las rodillas para lanzar más fuerte las pelotas.
Eso, así, ahí tienes que mantenerte, tu sincronización está perfecta
En ese momento la gente que pasaba por la calle principal empezó a rodear a Jairo, haciendo que el empiece hacer sus malabares demostrando su talento ante toda la gente que lo aplaude y le toma fotos. El termina sin cobrar nada y les dice a las personas en voz alta:
¡Si tienen un sueño háganlo realidad, mi sueño son ustedes! ¡Gracias!